Capítulo 2
Hungría
1604
Desde
su conversión se había sentido atraído por ella, la mujer
pelirroja y letal que formaba parte de ese grupo de vampiros. Aún no
conocía muy bien ese mundo, no comprendía muy bien lo que
significaba ser lo que era, pero ella... ella era como un grácil y
maravilloso ser mitológico e irradiaba sexualidad por cada uno de
sus poros. Recuerda la manera en la que se acercó a él por primera
vez, sonriéndole.
– ¿Pero
qué tenemos aquí? – Acarició su mandíbula con sus dedos largos
y le propinó un ligero pellizco seguido de otra sonrisita – ¿Quién
es el nuevo?
–
Aidan
– respondió él mirándola fijamente a los ojos, ella rió
– Erzsébet,
no le asustes, acaba de ser convertido, no le corrompas – intervino
Damien, bromeando.
– ¿Cuánto
lleva? – preguntó – Recuerdo haberle visto antes
– Más
o menos un mes y sí, es probable, es el hijo de un cura, para él
aún somos demonios – respondió burlón, Damien casi se comportaba
como un humano normal y la mayor parte del tiempo era agradable al
contrario que el alto de pelo platinado que se hacía llamar Marcus,
era serio, prudente, siempre distante, siempre gélido. Aterrador...
– Oh,
qué tierno ¿Me lo prestas? – hablaba de él como si fuera un
juguete, debería de haberlo notado pero estaba demasiado encandilado
con ella, tanto que en ese momento estaría encantado de serlo
– Hum,
no lo se, creo que me pondría celoso si decidieras torturarle en mi
lugar – ella rió nuevamente y miró a Damien intensamente.
– Oh
Damien... – ronroneó – Por favor...
– Aún
no está instruido, luego podrás quedártelo – cedió – Pero no
lo mates, le queremos
– Estupendo
– tomó a Aidan por la pechera y lo arrastró tras ella – Demos
un paseo, tengo mucho que enseñarte.
Tenía
que haberse negado, haber huido en cuanto tuvo oportunidad, no
quedarse rezagado como un cachorro ante sus órdenes y su obvia
manipulación camuflada con dulzura y “mimitos” ocasionales, no
ceder a sus caprichos y haberse abierto paso por sí mismo, pero él
mismo admitía que no sabría que habría hecho solo ya que no
comprendía el mundo en el que había sido metido a la fuerza. Como
bien había dicho Damien cuando conoció a Erzsébet pensaba y con
razón, que todos eran unos monstruos.
Desde
que era pequeño su padre le prevenía, le decía que había seres
malignos que poblaban la noche, seres sanguinarios y despiadados, le
dijo muchas veces que no quería perderle como hizo con su madre que
no creyó sus historias y tuvo un desdichado final. Ese fue el motivo
por el cual su padre ocupó un lugar en la iglesia, rezaba todas las
noches por su madre, por él y rogaba a Dios que con su poder,
acabase con las oscuridad.
Realmente
nunca le había creído del todo, por supuesto que había oído
historias pero pensaba que la devoción y el trauma a partes iguales
de su padre en ocasiones le hacía exagerar.
Una
noche se encontraba fuera de la casa cural, en los jardines que la
flanqueaban, recogiendo algunas plantas y observando el cielo,
rezando la oración diaria que le dedicaba a su madre, a la que
recordaba difusamente,
Vio
unas sombras recortadas en la noche que se acercaban con rapidez
inusual a su casa, pudo distinguir la figura de dos hombres que
llamaban a la puerta, vio como la luz de una lámpara encendida en el
interior se entreveía a través de la rejilla de la gran puerta de
roble, uno de los hombres pidió amablemente entrar a su padre
mientras el otro soltaba una sonora y sarcástica carcajada, escuchó
la voz temblorosa de su padre y luego insultos que jamás imaginaría
que hubieran podido salir de su boca pero abrió la puerta y aún así
ellos no entraban, solo intercambiaron unas palabras con él que les
miró con los ojos como platos y empalideció antes de rogar entre
sollozos “Por favor mi hijo no” Un escalofrío recorrió su
columna mientras los recién llegados se daban la vuelta y se
dirigían hacia donde él se encontraba, intuitivamente como si le
pudieran oler, como si le vieran en la noche oscura. Aidan se agazapó
entre los arbustos, no por cobardía, por simple precaución pero no
sirvió para mucho, uno de los hombres le miró con una macabra
sonrisa plasmada en el rostro.
– ¿Qué
haces ahí escondido? – habló con acento extranjero y sin borrar
esa estúpida sonrisa de su cara, se acuclilló para quedar a su
altura y le sujetó por la mandíbula, examinándolo – Eh, Fäs,
mira a quién tenemos por aquí – el mencionado Fäs se acercó
– ¡Pero
si es el pequeño Aidan! – dijo con un tono de sorpresa obviamente
fingido – Acabamos de tener una pequeña charla con tu papá –
sonrió
– Sí,
y se nos ha ocurrido una fantástica idea – los dos se miraron con
entendimiento, Aidan estaba paralizado.
– Ajá
y no creo que te importe acompañarnos ¿Verdad Aidan?
– ¿Quiénes
sois? – inquirió nervioso
– Amigos
– contestó escuetamente antes de ofrecerle su mano para que se
levantara – Venga, lo mejor es que vengas por las buenas.
En
ese momento Aidan tuvo un momento de lucidez, empezó a incorporarse
despacio y salió corriendo tan rápido como podía.
Durante
algunos segundos los desconocidos se quedaron desconcertados luego
uno de ellos se encogió de hombros y le siguió. Aidan pensó que ya
no le alcanzarían, corría realmente rápido pero no dio otra
zancada cuando el del pelo más largo le interceptó y le golpeó con
algo parecido a un tronco en la cabeza ¿Pero cómo había podido con
un tronco? Aidan vio las sombras y los árboles removerse y girar en
ángulos extraños antes de caer inconsciente.
– Äron,
¿le has matado? – demandó el otro mientras se acercaba a paso
veloz, el interpelado no contestó, solo se colocó en la espalda el
cuerpo de Aidan y emprendió camino, Fäs analizó el cuerpo –
Respira – dijo casi con alivio – Eres un encanto Äron – se
quejó por que no le había respondido
– Lo
sé – vamos.
– Ya
despierta – la voz profunda de un hombre anunciaba que había
recuperado la consciencia. Abrió poco a poco los ojos y se encontró
en medio de una habitación muy grande, de altos techos y mullida
alfombra sobre la que se encontraba. Giró la cabeza y observó la
congregación de personas a su alrededor, entre ellos, los dos que le
habían raptado, por que sí, eso había sido un rapto, un secuestro
en toda regla, distinguió también la figura de un hombre muy alto
de cabellera tan rubia que parecía blanquecina y que mostraba una
cara de indiferencia a lo que sucedía, por último estaba uno algo
más bajito de pelo cobrizo que se encontraba mirándole con los
brazos cruzados.
– ¿A
quién se le ocurrió la fantástica idea? – preguntó con altivez
– Es
una idea fantástica, deberías apreciarla – respondió Äron
sonriente.
– ¿Por
qué tendría que hacerlo? – replicó
– Porque
le encantará, Damien
– No
lo creo – se dirigió a Damien – ¿Y tú no tienes nada que
decir?
– ¿Dónde
estoy? – atinó a preguntar Aidan mientras se incorporaba sobre los
codos y miraba fijamente a los ojos verdes de su interlocutor, estaba
más cabreado que asustado y lo cierto es que estaba bastante
asustado, se levantó lentamente, aunque aún se encontraba algo
mareado
– A
salvo... por ahora
– ¿Y
qué demonios hago aquí? ¿Para qué diablos me queréis?
– Somos
amigos Aidan – dijo Äron y él se hartó
– Estoy
harto, no soy tu amigo, me secuestrado como un maldito loco y me voy
a ir de aquí en cuanto me digas dónde estoy
– Huy
¿Habéis oído eso chicos? Carácter – rió y Aidan avanzó hacia
él con intención de golpearle, cuando se encontraba a tan solo unos
pasos Äron abrió la boca mostrando unos colmillos más largos de lo
normal, sus pupilas se dilataron tanto que el dorado de sus ojos era
casi inapreciable y unas oscuras ojeras venosas se formaron bajo
estos. Aidan quedó completamente paralizado.
– ¿Qué
eres?
– Tú,
un muchacho insolente y bastante preguntón por cierto – matizó –
yo, un vampiro, nosferatu, ser de las tinieblas, hijo del demonio, no
sé como lo llamáis ahora y me da bastante igual
– No
puede ser, no puedo creerte
– No
importa. Te lo demostraré
– Äron
– le reprendió Fäs
– ¿Qué?
La cara que ponen es siempre divertida – no escuchó el alegato de
Fäs y chasqueó los dedos tres veces, las grandes puertas se
abrieron dejando paso a un hombre de unos cincuenta años y de
aspecto mediocre comparado con el resto
– ¿Mi
señor?
– Acércate
– el hombre obedeció como hechizado se puso a su lado y le ofreció
su cuello, acto seguido Äron clavó sus colmillos en la piel del
recién llegado al que le flaquearon las piernas. Äron se separó y
sonrió con su boca empapada de sangre – ¿Convencido pequeño?
Para
entonces Aidan no podía ni hablar, el pavor se atascaba en su
garganta como si fueran garras clavándose ahí, como si el vampiro
le estuviera mordiendo, eso era peor de lo que él imaginaba y podía
soportar, la valentía que había sentido unos instantes antes había
desaparecido. Se encogió pegado a una de las paredes y les miró a
todos alternativamente acabando en la mordida en el cuello del hombre
que emanaba sangre que se deslizaba despacio por su piel.